La clase política debe responder ante la brutal gestión del déspota Milei
El presidente Javier Milei está gobernando como un monarca, a puro veto y DNUs, con modos groseros y constantes agresiones contra los que piensan distinto a él.
Insiste y amplifica mensajes homofóbicos, suele llamar a sus adversarios u objetores “cucarachas”, y ataca a la prensa, tildando a periodistas y medios de corruptos, sucios, prostituidos, mentirosos y delincuentes.
En su permanente diatriba, se considera depositario de una misión divina atribuida a las fuerzas del cielo. Su comportamiento autocrático lo lleva a decir y hacer cualquier cosa, lo vuelve fuerte con los débiles y débil con los poderosos, y cree que el Estado como organización política es el mal de todos los males.
Es negacionista de los crímenes de la dictadura militar y el cambio climático. Está en contra de la justicia social, a la que considera una aberración, y por ello quita medicamentos gratis a los jubilados o propone grabar con altos impuestos el acceso a la salud y la educación a los residentes extranjeros.
Mientras tanto, los sectores más reaccionarios de su gobierno censuran en las escuelas libros que consideran “pornográficos”.
Milei es consecuencia de la fragmentación y crisis de la política, no la causa.
Entonces es la política quien debe ponerle límites en el marco de la Constitución, y además tiene la responsabilidad de generar las opciones que se transformen en alternativa de poder, para demostrar que se puede tener un país mejor.
Volver a una Argentina con su economía sana y equilibrada, que atienda las necesidades de crecimiento y desarrollo de todo el país y con un gobierno sin agresiones, sin perseguir al distinto, con empatía y solidaridad por el prójimo.
Por Antonio Arcuri