Así como los ojos de millones de personas están estos días en la Basílica de San Pedro y en una humilde chimenea que se ve pequeña desde la plaza, de la misma manera quienes están en Roma estos días, pasan horas en esa Plaza que más que nunca podemos decir “Católica”, en el sentido de “Universal”.
Allí hay personas de todas las nacionalidades, religiones, creencias e ideologías. Turistas que no profesan la religión católica, no quieren perderse la participación en un acontecimiento que une al mundo y nos mete directamente en la historia de la iglesia y de la humanidad.
Se experimenta lo histórico y lo actual. Se mantienen vivos ritos y costumbres de cientos de años, pero resulta que en la plaza hay personas que viven en el aquí y ahora del mundo; muchos incluso alejados de la iglesia en su afecto.
Todo lo que sucede en el cónclave, es igual desde hace años. Se pueden ver filmaciones de otros cónclaves o películas que recogen esos momentos; todo se mantiene casi igual.
Sin embargo, todo eso sucede en nuestro presente, en el momento donde siguen los problemas del mundo, las guerras, las miserias, los problemas.
Y luego, cuando la fumata sea blanca, será centro de los ojos de la mayoría de las personas que integramos la humanidad, un hombre de carne y hueso, uno como nosotros, podríamos decir, será el líder espiritual de 2 mil millones de personas.
Muchas veces se ha dicho que el peso que lleva un papa, es demasiado para una sola persona. Estos días escuchamos decir que Francisco es la persona más importante de la historia de la Argentina, precisamente por haber estado en ese lugar.
Muchos argentinos son importantes por la dignidad de sus vidas, pero uno solo consiguió ser conocido por el mundo entero, durante 12 años.
Y aunque pueda haber famosos en otros ámbitos, como en el deporte, solo uno tuvo una responsabilidad sobre millones de personas, tanto en lo humano, como en lo sobrenatural o espiritual. Esto último lo hace único e importante, porque es trascendente.
Cuando salga a la logia el nuevo papa, dirá palabras que serán sencillas pero quedarán grabadas para siempre y serán repetidas una y otra vez, a lo largo de su pontificado. Será su primer encuentro con el pueblo de Roma y el mundo.
Aún recordamos las palabras desde Juan Pablo II, hasta Francisco, porque antes los papas recién elegidos, no hablaban, solo daban la bendición apostólica.
“Lo han llamado de un País lejano… Si me equivoco en su lengua, nuestra lengua, me corregirán”, (San Juan Pablo II).
“Soy un simple y humilde trabajador, en la viña del Señor… Me consuela el hecho de saber que el Señor, sabe actuar con instrumentos insuficientes”, (Benedicto XVI).
“Mis hermanos cardenales lo han elegido casi del fin del mundo… Ahora comenzamos este nuevo camino de la iglesia, obispo y pueblo”, (Francisco).